Ansiedad
por Corrás
Hay un momento en que la vida se tuerce, el verano por primera vez se nos hace corto y sabemos que no nos entusiasma lo que viene después. No es aquello de perder la inocencia, es una patada en el pecho que te deja sin aliento hasta la jubilación.
Al principio piensas que es pasajero, una mala racha, y durante algún tiempo intentas ilusionarte al volver al trabajo con la posibilidad de que las cosas cambien a mejor, porque a peor no imaginas que puedan ir.
Vaya si pueden ir…
La forma en que nos afecta es muy variada, a algunos les aparecen calvas, otros se consumen, otros se inflan, hay quién todo a la vez, lo único común es la ansiedad, por no llegar, por pasarte, ¿Tendría que decirle? ¿Le meto? ¿Pagará?.
Afortunadamente es un proceso tan cíclico como la economía, cuando más insoportable parece, sin darte cuenta las cosas empiezan a encajar y durante años piensas que esa vieja amiga es cosa del pasado, hasta que vuelve, porque siempre vuelve.
Mucha gente no la reconoce bajo toneladas de cigarrillos, alcohol y suplementos que más que esconderla, la vuelven empalagosa, incluso le cambian el nombre, llamando adicción a todos esos esfuerzos por perderla de vista.
Por eso, la mejor manera de enfrentarla es «a pelo», sin tabaco, sin alcohol,… sin los lastres que utiliza para arrastrarte con su amiga la desesperación, sólo tienes que sentir cómo eran aquellos veranos interminables, que daban paso a infinitas posibilidades, hasta que sin darte cuenta…
En definitiva sólo es un subproducto de la imposibilidad de controlar lo que nos sucede, si las cosas ocurren según el guión bien, si se tuercen tendemos a refugiarnos entre drogas y ansiolíticos que, lejos de solucionar algo, alargan los ciclos negativos.
Como aquellos remedios del oeste, fórmulas magistrales elaboradas en una bañera con la única virtud de canalizar nuestras energías de forma positiva, es el efecto placebo tan eficaz como la medicina más potente.
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