Timo al instante
por Corrás
Aún recuerdo los años en que los SMS eran gratuitos, a las generaciones más jóvenes les puede parecer increíble que con un programita e internet, pudieses enviar miles de mensajes cortos sin pagar un duro. El motivo de la gratuidad era que los técnicos de las telefónicas descubrieron la posibilidad de enviar mensajes de texto desde los terminales sin saturar el ancho de banda de las líneas, como el servicio no generaba costo, decidieron implementarlo como servicio gratuito. Al ver por los registros de mensajes enviados la popularidad que este servicio alcanzó en poco tiempo pensaron, ¡Que coño! Aunque sea una peseta el mensaje, con un 100% de beneficio, un millón de mensajes=un millón de pesetas.
La base de los timos consiste en eso, a partir del humo del timador, urdir una estrategia para convertir ese humo en algo apetecible por lo que la gente esté dispuesta a pagar.
Los timadores tradicionales estan limitados por el alcance: el público al que se dirigen es pequeño en número, es una tarea artesanal de contacto directo en la que tienes que arriesgarte mucho, incluso físicamente, para una recompensa en ocasiones escasa.
El boom de las televisiones a partir de los 90 facilitó al timador moderno los medios para llegar a un público masivo, sin riesgos y con una recompensa desproporcionada. Las operadoras telefónicas, por su parte, complementan sus herramientas, facilitando «números especiales»: líneas de llamadas y SMS a precios desorbitados para recoger las ganancias de las estafas televisivas.
El punto de partida habitual, cebo dirían los clásicos, es un concurso o una teletienda. Los concursos hasta Gran Hermano I, se limitaban a recabar audiencia y anunciantes mediante fórmulas tradicionales que veían al espectador como audiencia y al anunciante como generador de ingresos. Gracias a los números especiales surgió la revolución: el espectador como generador de ingresos; hizo económicamente tan rentable ese primer programa, que ya no se concibe un concurso sin SMS y 806.
Por otro lado las teletiendas tuvieron un comienzo incierto en España porque escatimaban en el cebo, lo que provocó encontronazos con la justicia como el de las pinzas Lasvi, que se vendían en un espacio presentado por el desaparecido Jesús Puente, destacando los poderes curativos del magnetismo aplicado en puntos específicos de la oreja. Les cortaron el grifo no por la estafa que suponía un precio desproporcionado para un trozo de plástico importado en contenedores desde china, sinó porque ¡No llevaban imán!. De haberse molestado en ponérselo aún se estarían vendiendo.
El truco consiste en mentir por lo que no pueden denunciarte: las propiedades y utilidad de lo que vendes, siempre engorroso de demostrar su ineficacia, pero tiene que existir el producto físico (hoy sería una pulsera con imán), o un regalo que se envíe de verdad, no como en los primeros programas de Localia, que los premios no llegaban a enviarse nunca.
Con los concursos puedes mentir meses diciendo que se participa con un sólo SMS, incitando después a enviar varios diariamente, basta con que exista un premio al final aunque sea ridículo en función de lo recaudado, que los que velan por la limpieza en los juegos de azar, recorrerán antes todos los geriátricos de España cerrando Bingos a 50 céntimos el cartón, que meter las narices en los negocios de Antena 3, telefónica, ZED y la madre que los parió.
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http://es.tv.yahoo.com/blog/article/74266/un-periodista-belga-destapa-el-fraude-de-los-call-tv.html
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