Los estos tiempos
por manuel
Tomado de www.revistaananke.org
¡¡Es el capitalismo, estúpidos!!
La crisis sigue arreciando en el corazón de Europa. El proyecto neoliberal orquestado de manera profundamente antidemocrática ha fracasado. Pero parece que, pese a ello, los pueblos europeos deben seguir pagando y adaptarse a las imposiciones de grupos económicos financieros que no han sido elegidos por nadie. Los próximos meses serán de una importancia capital para dilucidar cual será el futuro de Europa, si una vuelta de tuerca más en la privatización de la vida de sus gentes, o el triunfo de lo movimientos de protesta que poco a poco van aflorando por el continente. Se trata de una lucha no sólo económica, sino también política. Política porque lo que se dilucida es quién controlará el rumbo de las naciones, si sus habitantes, o los banqueros. No es, desde luego, poco lo que se juega.
De igual manera, es posible que esta crisis sea la oportunidad para poner en el escaparate de la opinión pública dos hechos, de entre unos cuantos ostentóreamente invisibilizados en los últimos años de triunfo de la ofensiva del capital contra los trabajadores. El primero de ellos es la constatación de que, pese a las variedades presentes dentro del mismo, el capitalismo como sistema económico está aquejado de una debilidad intrínseca: necesita las crisis. Es un sistema que nos ha dado ya numerosas crisis desde el siglo XIX, y hay un amplio consenso académico acerca de esto. Aunque se supere esta crisis, vendrán más. Las loas a este sistema sistema basadas en sus posibilidades para aportar progreso ilimitado y bienestar general son brindis al sol o mentiras. Mientras haya capitalismo, habrá crisis frecuentes, más o menos graves. Mientras el beneficio económico sea el objetivo último, seguirá el mismo baile ad infinitum.
El segundo hecho reside en otras de las características del sistema. Es un modo de producir y vivir de suma cero: para que unos ganen, otros deben perder. Esta es la idea clave de la competencia, yo gano, y tú pierdes, o viceversa. Así que, pese a los momentos de expansión económica, siempre habrá perdedores. ¿Nadie se acuerda de que el fenómeno del mileurismo y la precarización laboral nacieron en los “felices años” del aznarato, cuando la economía española batía recórds de crecimiento del PIB y de desigualdad en el reparto de la riqueza?. Y no sólo eso, sino que apoyado por una institucionalidad prefabricada al efecto, esta desigualdad de rentas y de acceso a la riqueza está políticamente sancionada mediante la propiedad privada, ignorando otras posibilidades como la colectiva, y la pública, que permitirían formas de organización de la economía más equitativas, como el cooperativismo o la empresa pública.
En general, se ha olvidado esto. Pero también la estrecha relación entre política y economía actuales, de tal manera que el Estado democrático construído en el siglo XX ha sufrido un asalto brutal de los poderes económicos que ha terminado por vacíar casi por completo de sentido la institucionalidad democrática tan duramente peleada en el pasado. Conviene, por tanto, no olvidar estas ideas básicas, y cada vez que nos preguntemos por la crisis, recordar que su causa es el propio capitalismo.
Vivimos tiempos de cambio, o de intento de cambio. El vulgo está cediendo a marchas forzadas a recortes de todo tipo, sin rechistar, es más, lamiendo la mano de quien los ejecuta, el cual nos asegura que es por nuestro bien.
Asistimos a un golpe de estado en toda regla, capitaneado por grandes corporaciones y empresas, seguido a rajatabla por los gobiernos occidentales, y convenientemente envuelto por los medios de comunicación habituales. Nosotros solo tenemos que abrir el regalo, y poner cara de alegría porque no hay derecho a devolución, ni derecho a reclamaciones…
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