El guardián entre el centeno
por Corrás
En mis años de estudiante pasé por varias etapas de lector compulsivo, la primera de comics juveniles (Capitán Trueno, El Jabato, Tintín, Axtérix y Obelix, joyas literarias) y libros adolescentes (Enid blyton, Julio verne, Agatha Christie, H.G. Wells), la segunda de comic adulto (Conan el bárbaro, Cimoc, 1984, Creepy, Metal Hurlant, Totem, El Víbora) y libros fantásticos (El Señor de los Anillos, La Historia interminable, Dune), la tercera más artificial «lo que hay que leer» en comic Jodorowsky/Moebius y Corben, literatura clásica española El Lazarillo de Tormes, clásicos rusos El Jugador, austríacos La metamorfosis, alemanes Así Habló Zaratustra, franceses, ingleses…
A los 18 años odiaba estudiar, mis dificultades para relacionarme con el sexo opuesto y las expectativas laborales donde vivía. Emigré al sur buscando sol, evasión, un trabajo sencillo y una relación.
Hasta los 40 no volví a leer, salvo documentación, revistas y manuales de informática, ocupado con el trabajo, la diversión y la pareja.
Por prescripción facultativa me quedé sin diversión y con mucho tiempo libre, retomando la lectura donde la dejé (clásicos de todas las nacionalidades) aderezados con algún bestseller, premios Hugo, premios Nébula, literatura contracultural, libros de dietas, de misterio, terror…
Entre los clásicos estaba pendiente El guardián entre el centeno, del que tenía referencias de muchos años pero no había caido en mis manos. Lo he leido como quién repasa el álbum familiar y recuerda lo que era ser joven en el 51, hace 20 años y hoy en día.
Al principio tuve la sensación de decepción de quién aborda un libro legendario sin saber que va a encontrar y espera que al pasar la página estén escritas un montón de verdades trascendentales, pero para cuando se llega al párrafo que da título al libro, sabes porqué ha tocado a tanta gente.
A fin de cuentas, todos hemos sido jóvenes y durante algún tiempo hemos estado perdidos. La mayoría retoman el camino y siguen con sus vidas, toman decisiones y no miran atras.
Para los que no hemos sido capaces de hacerlo, no tiene el impacto que debe provocar su lectura a la edad del protagonista, pero sí ayuda a recordar cuándo se paró el reloj.
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