La cobardía
por Corrás
A menudo surge en conversaciones informales la discusión sobre si éste o aquel han tomado la salida más fácil, si han sido o no cobardes en algún sentido, en alguna decisión, sobre todo reaccionando ante «injusticias universales». Es curioso comprobar cómo, mayoritariamente, existe un amplio consenso sobre la naturaleza exacta de estas injusticias y si la opción «valiente» es la A, la B ó la C y también mayoritariamente a la hora de tomar las decisiones propias siempre nos decidimos por la más cobarde de todas.
Siempre me costó entender el proceso mental que provoca esta contradicción hasta que viendo un documental de la 2 (esta vez no es un farol) averigüé que la valentía en el mundo animal es una característica recesiva, pues el heroísmo impulsivo suele acortar la esperanza de vida y las opciones de procreación.
¿Qué nos diferencia entonces de los animales? Nada bueno. Somos capaces de superarlos en cobardía al no estar sujetos a las reglas de la conservación de la especie, que al menos garantizan dosis de valentía útil en la defensa de la progenie, la manada, etc… y, sobre todo, jamás asumimos nuestra propia cobardía.
Para el ser humano la mayor vergüenza no es ser cobarde, parecerlo… incluso aunque sea obvio para los demás, la mayor vergüenza es aceptarlo.
Al principio es un poco confuso decir una cosa y hacer otra, sólo el paso a la madurez nos capacita plenamente para mentir, pasarnos las convicciones por el arco de triunfo, cambiar la fe por supercherías, la ideología por consumismo, la lealtad a los amigos por un status social superior, etc…
Esta cobardía ritual, más acusada cuanto más sofisticada es una sociedad, es como un sarpullido molesto que te acompaña la mayor parte de tu vida adulta, y se podría sobrellevar relativamente bién de no ser tan habitual que algunas personas la lleven a límites rozando el absurdo, donde se convierte en el peor tipo de cobardía, la mezquina: reino de las puñaladas traperas, los «yo nunca te prometí», «le vas a creer a él o a mí», «es más de lo que te mereces», «qué crees que gana un camarero», «es por tu culpa», etc…
Comentarios
La cobardía, como tal, es algo mal aceptado por la persona porque supuestamente la pone en evidencia, y destaca «algo malo» de esa persona hacia los demás. Eso es lo que la gente no acepta bien, que le saquen sus vergüenzas o debilidades, puesto que en el mundo competitivo y traicionero en que vivimos, una mínima ventaja al enemigo, por pequeña que ésta sea, es inaceptable y puede traer malas consecuencias.
Así pues, las personas vivimos en un constante disimulo para no dar pistas al contrario, y en aquellos casos en que somos descubiertos, nos quedan recursos como «y tú más» o «pués los demás también», que en ocasiones permite distraer al enemigo el tiempo justo para salir del lío, sea desviando el tema a otra cosa, sea saliendo por patas.
Este tipo de recursos, achacados fundamentalmente a los niños, son de uso general y cotidiano en el mundo adulto, y como en tantas ocasiones de hipocresía, tanto criticamos a los demás como utilizamos sin ningún tipo de vergüenza (otra de tantas «debilidades», que aparece o desaparece según queramos mirarla o no a los ojos).
Y como en tantas ocasiones en la vida, cuando tenemos algún sentimiento de culpa por algo hecho o no hecho, las primeras veces nos sonroja y nos produce aquello del propósito de enmienda, las siguientes veces lo buscamos en los demás como disculpa en plan «mal de muchos, consuelo …» (del final nadie se acuerda, que al fin y al cabo es un consuelo, que carallo), una vez que lo encontramos en los demás (o no, da igual) nos vamos acostumbrando a repetirlo con cada vez menos recelo, y a partir de un cierto momento no solo no nos produce resquemor alguno, sino que muy al contrario, nos produce alivio y hasta euforia, en plan «ole mis cojones, que jodí al prójimo pero que a gusto me quedé». Eso si, que ese prójimo no tenga el mal detalle de hacer lo mismo con nosotros, ¡¡¡ya solo faltaba eso!!!
hola.
me llamo eugénia…
y soy COBARDE.
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