Armstrong
por Corrás
De los 15 a los 20 años, viví una etapa de mi vida centrado en el deporte. Estuve federado en baloncesto, montañismo, piragüismo, ciclismo, practicaba fútbol, tenis, pesas, aerobic, squash, corría maratones y no me gustaba perder ni al ping-pong.
En la época en la que dedicaba más horas a la práctica de todos estos deportes, llegué a plantearme practicar alguno de ellos de forma profesional, pasando por distintas federaciones y participando en un puñado de pruebas amateur.
Sin excepciones, la primera condición para iniciarse en la competición, era comenzar un estricto régimen de suplementos y dieta adecuada, lo que ayudó a mantener mi afición al deporte dentro del ámbito recreativo.
He de reconocer que en mis viajes cicloturistas a Portugal, Francia y Holanda, a lomos de una bicicleta Orbea cargada hasta las trancas, en más de una ocasión recurrí al consumo de lácteos fermentados, hidratos de carbono y fruta, en cantidades incompatibles con la vida.
Sólo los que hemos pasado un mes a lomos de un hierro con ruedas sabemos el desgaste que supone cruzar Francia en pleno verano. En mi actividad cicloturista, esas interminables cenas, abundantes líquidos y muchas horas de sueño fueron suficientes para llegar a la meta, lo que no quiere decir que no estuviese bajo los efectos de las drogas.
El día después de pedalear 220 kilómetros atravesando el país vecino, los niveles de endorfinas eran tan altos que no solo parecía que las piernas fuesen de chicle, también mostraba una sonrisilla bobalicona de profundo bienestar, que podría indicar un alto riesgo de dar positivo en un control sorpresa.
Obviamente me hubiese importado poco que me descalificaran en mi viaje a Paris, incluso que me informaran de mi incapacidad para finalizar el viaje de no haber producido mi cuerpo de forma fraudulenta todas esas drogas.
Naturales o añadidas, en la práctica del deporte todo el mundo intenta potenciar al máximo su rendimiento, a veces corriendo grandes riesgos para su salud. Todo se hace bajo el marco de unas reglas comunes, que en el caso de los ciclistas supone una sangría continua.
En mi breve experiencia como ciclista amateur hace 20 años, el entrenador nos obligaba a beber un bote de café de máquina. Desconozco si hoy en día se registran los niveles de cafeína, pero garantizo que aparte de una monumental cagalera, la diferencia en rendimiento no era para tirar cohetes.
Cualquiera entiende la defensa del deporte limpio, pero sólo parásitos de los deportistas, gentuza sin escrúpulos, animales carroñeros pueden sentirse legitimados para rearbitrar, reanalizar, reinvestigar y despedazar impunemente la carrera y la vida de cualquier ciclista, famoso o del pelotón.
Comentarios
Es el precio que tienen que pagar por el ultraprofesionalismo. En el momento que aparece el gran dinero, se pierde lo poco o mucho que pueda quedar de deporte.
El deporte-negocio está controlado por unos pocos, que no dudan en sacrificar alguna pieza «menor» al dios negocio cuando creen que dicho negocio pueda correr algún peligro. Y digo menor, porque efectivamente, los corredores son la clase más baja en todo este tinglado.
No solo pasa en el ciclismo. En todos estos deportes-negocio hay un denominador común: el currante juega con su salud presente y futura, y pringa con las posibles sanciones y juicios de la afición. Los «médicos», los directores de equipo, entrenadores, presidentes, agentes de jugadores, miembros de comités y asociaciones, televisiones y el resto de personajillos que pululan por cada mundillo son intocables, y siempre lo serán. Pero así es el juego, y es sabido de antemano por todas las partes. Cambiarlo es complicado…
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